domingo, 6 de julio de 2008

miércoles, 2 de julio de 2008

Una triste historia de una bolsa de pipas.


Pensó en hacerle una sorpresa. Se puso su mejor ropa interior, sus medias compradas en Alemania, su liguero negro y se tapó con una gabardina. Se metió en el coche. El coche no tenia calefacción. Le esperaban seis horas de trayecto. Siguió las coordenadas de una voz mecanizada intentando ser amable. No paró hasta los trescientos kilómetros. Entró con cara de sospechosa a un autoservicio a comprarse algo para cenar. Pero había olvidado la tarjeta de crédito. Cuando volvió para el coche ya no quiso volver a salir. No quería volver a pasar por el mal rato que supone pensar que todo el mundo sabe que estas desnuda tras el abrigo. Le quedaban casi dos cientos kilómetros de viaje y mucha fe en el buen criterio del GPS. Cuando llegó a la portería picó a uno de los timbres y preguntó por Olga. Hay 0.5% de probabilidades de que haya una Olga en cualquier domicilio. Así que amablemente le abrieron la puerta para que pudiera ver en los buzones una pista sobre el verdadero piso. Pero, ante su sorpresa, no habían buzones. Solo una caseta de portero vacía. Aunque sintiéndose ridícula pensó en cómo posar en actitud de asalto apoyada en la barandilla esperando que él volviera a casa. Sexy, informal, femme fatal, dómina, juguetona. A las dos horas le dolían los pies y se descalzó. Comió unas cuantas pipas que le quedaban en una bolsa que muy afortunadamente llevaba en un bolsillo de la gabardina. Se acurrucó en un escalón. Tenía mucho frío. Y se fue, dejando solo por rastro una bolsa de pipas que él miró con asco cuando entro en el rellano.