Aquellos días no estuve ahí conmigo. Me largué a través de la puerta tapiada de la pared.
Si la intención era sentir las mismas cosas por repetición no funcionó. Mi cuerpo celebró, folló y comió, pero mi cabeza fue la primera en salir corriendo.
Y cuando ésta se fue, se quedaron mis dedos libres para acariciar, ya sin ataduras de la vieja yo.
Yo me vi, tras esos ladrillos de piedra viejos, observando esa nueva yo que ya no me pertenecía, con curiosidad y distancia, como si yo misma fuera una postal de un país inalcanzable al que siempre quise ir.
Me largué, porque en aquellos días supe que debía empezar a danzar y yo nunca bailo.