
Señoras y señores, ayer fui al campo.
Y aunque todavía no habían amapolas, ni yo llevaba coletas ni vestido rojo, fui feliz.
Noté crujir la tierra bajo mis pies, esa tierra que remueve el hombre para crear más vida aún. La altera, la destroza para obtener un interés personal, y no obstante, es lo más respetuoso que sabemos hacer con ella.
Mi perra conoció la montaña, persiguió gatos que huían a subirse en árboles, me protegió de abejorros y olfateó el aire de verdad.
Las sillas de hierro no eran las más cómodas que he conocido, pero el sol de invierno me curó un poco de las heridas de la semana.
Me pregunté el porqué del azul del cielo y de las montañas más lejanas. Y pensé que ella me podría hacer más sabia. Que allí abajo no había nada más que me enseñara. Prometí a la rama de la tomatera y al calor de las piedras que volvería.
Y de nuevo estarán ahí las amapolas. Estarán.
(perdón x mi bucolismo extremo..es lo que hay)