Odio los exilios forzosos del dulce hogar.
Me he sorprendido a mi misma dejando que lo que me acompañara por las noches de lecturas varias y cenas de uniplatos de frutas y pastelitos sobre la cama; fuera el canal Eurosport con sus continuos combates de boxeo, moitais y demás contactos violentos de tíos semidesnudos.
Nuevas fibras, nuevos tendones, nuevas formas geométricas que varían al conceder al hombre que las porta, el puro y sensible movimiento animal que procura por su supervivencia.
He de advertir al lector que la oferta televisiva era desalentadora, y que escogiera esta visión de carne no demuestra que sea una degenerada.
Odio los exilios forzosos porque me obligan a pensar demasiado sobre mi misma.
Afloran nuevos pensamientos del vivir, del poder vivir.
Esa agotadora esa lucha de ideas sobre mi misma: yo...............yo...........yo.
En el exilio, tu mente no descansa.
No puedes sentarte y notar el sol en la cara... y con los ojos cerrados reconfortarte con su calor. Con el calor y con la nada.
No puedes.
sábado, 6 de octubre de 2007
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