Allí, escondida entre el verde asfixiante,
soñaba consigo misma.
Le gustaba el invernadero porque le hacía sudar la piel y le mecía el alma. Era la única manera de vencer al bochorno, dejarse ganar dulcemente por él. Y cada año que visitaba a sus tíos cogía su mejor libro y su peor vestido. Otro verano más de alicia solitaria. Y cada año volvía el mismo rubor adolescente cuando notaba las gotas de sudor
deslizarse por detrás de las rodillas.
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