martes, 24 de marzo de 2009

Calista, una alicia más.

A Calista le gustaba el invernadero. Ya desde los catorce años había instaurado en su vida esa bonita tradición de verano: ducharse con agua caliente, ponerse un vestido corto e ir descalza hasta el invernadero. Una vez ahí recorría todos sus pasillos despacio y al primer síntoma de calor se dejaba caer ahí donde estuviera, sobre la tierra cálida no trabajada.
Allí, escondida entre el verde asfixiante,
soñaba consigo misma.

Le gustaba el invernadero porque le hacía sudar la piel y le mecía el alma. Era la única manera de vencer al bochorno, dejarse ganar dulcemente por él. Y cada año que visitaba a sus tíos cogía su mejor libro y su peor vestido. Otro verano más de alicia solitaria. Y cada año volvía el mismo rubor adolescente cuando notaba las gotas de sudor
deslizarse por detrás de las rodillas.






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