En la puerta había una gorra negra. No era un color apropiado para una niña de tres años, o por lo menos no para una niña como ella. Ella que se sentaba en el jardín a mirar las hormigas trepar por las fresas. Ella que tenía un gorila de montaña como amigo imaginario. Ella que tenía las piernas gordas y el culo pequeño.
No era una gorra de niña, era la gorra de su bisabuelo que había sido conductor de tranvías en Barcelona.
Colgada ahí solo la alcanzará cuando le crezca la cabeza.
miércoles, 11 de marzo de 2009
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1 comentario:
Me gustó mucho, gracias, la relación de una pequeña con su difunto bisabuelo pocas veces es vista en todo su sentido con un objeto tan sencillo como una gorra lo es.
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