"—Yo vivo sintiendo como que me han metido un aspirador de almas por el culo, Laura—.
Ella me mira y veo que es capaz de entender perfectamente ese sentimiento aunque jamás lo haya vivido.
Con pausas amables, hablamos, desgranamos, compartimos y nos comprendemos. Las mujeres podemos hablar durante horas, explicarnos las mismas cosas y escucharlas con comprensiones diferentes.
Me hace pensar en J, que acaba de volver de Cabo Verde. Contaba en voz alta, entre risas compartidas, que había sido un aburrimiento. 'Es que iba con mi novio', se justificaba, como si el hastío fuera un delito que tuviera que explicar. 'Demasiados días y demasiadas pocas cosas que hacer… Si hubiera ido con una amiga, al menos habríamos llenado el tiempo hablando'.
Nadie conoce a ese novio-amigo, el alma gemela, la media naranja. Todo el mundo tiene a su pareja a secas, sin expectativas ni etiquetas, y luego se queda insuficiente. Los novios se aburren en Cabo Verde.
Recuerdo todo esto mientras viajo en tren. Llevamos una hora y media de retraso. Es exasperante. Es exasperante lo civilizados que vamos todos en nuestros asientos, con el coxis adormecido. Pienso que deberían darme la nacionalidad suiza; adoro la puntualidad y las ardillas, como si ambas fueran sinónimos de un mundo en orden, un lugar donde todo funciona como debería y las cosas pequeñas tienen sentido.
Pero claro, la realidad es otra. En lugar de la puntualidad suiza, lo que tengo es un tren detenido en medio de la nada y una larga espera para llegar a donde se supone que debería estar. Así que, para no dejar que el enfado me retuerza el estómago, me refugio en mis libros.
Tengo una nueva filia literaria. Los libros que me atrapan de verdad son los de mujeres mayores de cincuenta. Ese es mi rollo. Mujeres que analizan su presente con una lucidez brutal, que renuncian de forma consciente a idealizar el pasado y que, por decisión propia, ignoran el futuro. Me aportan, me enseñan más que cualquier otra cosa que haya leído en años.
Me hacen reflexionar en que antes el futuro era brillante, prometedor, una plataforma amplia donde ir depositando sueños. Ahora es una cornisa estrecha donde sentir vértigo. Un demonio agazapado donde no quieres mirar. Y te chista: 'Psee, psee'. Te recuerda que está allí, y si lo tienes en cuenta, hace que bajes la cabeza y mires dónde pisas, perdiéndote lo que está frente a ti.
También veo porno, con cuidado, para que la gente de alrededor no se dé cuenta.
El porno me calma. Me calma la mente más que un disco de Jay-Jay Johanson.
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