domingo, 8 de diciembre de 2024
jueves, 24 de octubre de 2024
Poetisas
Poetisas.
Chicas jóvenes que recitan en bares frecuentados por jóvenes intelectuales y hombres mayores, flacos, devotos del sexo tántrico. La sala estaría envuelta en humo neo burgués, de no ser por las leyes que prohíben el romanticismo del tabaco.
Recitan sexo con blusas sin sujetador. Intensas. Se sienten cómodas en el escenario, bajo las luces, dueñas de sí mismas, seguras de su palabra.
Poetisas sexys. Poetisas jóvenes.
A la gente le gusta escuchar poesía de los labios de las chicas jóvenes sin sujetador. Con pasión por la vida, por sus cerebros, por la imagen que tienen de su propia proyección.
Poesía fresca con fecha de caducidad.
domingo, 20 de octubre de 2024
Ventajas de viajar en tren
"—Yo vivo sintiendo como que me han metido un aspirador de almas por el culo, Laura—.
Ella me mira y veo que es capaz de entender perfectamente ese sentimiento aunque jamás lo haya vivido.
Con pausas amables, hablamos, desgranamos, compartimos y nos comprendemos. Las mujeres podemos hablar durante horas, explicarnos las mismas cosas y escucharlas con comprensiones diferentes.
Me hace pensar en J, que acaba de volver de Cabo Verde. Contaba en voz alta, entre risas compartidas, que había sido un aburrimiento. 'Es que iba con mi novio', se justificaba, como si el hastío fuera un delito que tuviera que explicar. 'Demasiados días y demasiadas pocas cosas que hacer… Si hubiera ido con una amiga, al menos habríamos llenado el tiempo hablando'.
Nadie conoce a ese novio-amigo, el alma gemela, la media naranja. Todo el mundo tiene a su pareja a secas, sin expectativas ni etiquetas, y luego se queda insuficiente. Los novios se aburren en Cabo Verde.
Recuerdo todo esto mientras viajo en tren. Llevamos una hora y media de retraso. Es exasperante. Es exasperante lo civilizados que vamos todos en nuestros asientos, con el coxis adormecido. Pienso que deberían darme la nacionalidad suiza; adoro la puntualidad y las ardillas, como si ambas fueran sinónimos de un mundo en orden, un lugar donde todo funciona como debería y las cosas pequeñas tienen sentido.
Pero claro, la realidad es otra. En lugar de la puntualidad suiza, lo que tengo es un tren detenido en medio de la nada y una larga espera para llegar a donde se supone que debería estar. Así que, para no dejar que el enfado me retuerza el estómago, me refugio en mis libros.
Tengo una nueva filia literaria. Los libros que me atrapan de verdad son los de mujeres mayores de cincuenta. Ese es mi rollo. Mujeres que analizan su presente con una lucidez brutal, que renuncian de forma consciente a idealizar el pasado y que, por decisión propia, ignoran el futuro. Me aportan, me enseñan más que cualquier otra cosa que haya leído en años.
Me hacen reflexionar en que antes el futuro era brillante, prometedor, una plataforma amplia donde ir depositando sueños. Ahora es una cornisa estrecha donde sentir vértigo. Un demonio agazapado donde no quieres mirar. Y te chista: 'Psee, psee'. Te recuerda que está allí, y si lo tienes en cuenta, hace que bajes la cabeza y mires dónde pisas, perdiéndote lo que está frente a ti.
También veo porno, con cuidado, para que la gente de alrededor no se dé cuenta.
El porno me calma. Me calma la mente más que un disco de Jay-Jay Johanson.
miércoles, 18 de septiembre de 2024
Lo que merezco
Hoy he sentido tu vacío.
He probado lo que serían mis días sin ti, y he recordado la vida que tenía antes de que llegaras.
Hoy he deseado volver en el tiempo, regresar donde me crié, esa ciudad a la orilla del río y entender, de verdad, que el agua nunca se detiene y que su flujo constante es lo único que impide que el pensamiento se estanque.
Hoy siento que merezco vivir otra vez cerca del río, comerme siete piedras tan grandes como melones galos y agacharme a beber de rodillas, y que alguien me de una patada en el trasero haciéndome caer, y acabar ahogada en medio metro de profundidad.
lunes, 9 de septiembre de 2024
El Hospital
Mis padres acaban de morir.
Los dos, a la vez.
Han muerto en un accidente de tráfico en el que no ha quedado nada que identificar.
Jamás pensé que sería así.
Pero tampoco pensé nunca que lo harían plácidamente en su cama conyugal.
Durante toda su vida han pasado inmensurables horas en hospitales públicos por sus diversas dolencias: hernias, ulceras, derramamientos de retina, depresiones, roturas, tumores, trasplantes, diálisis. Así que, siempre había proyectado que el final seria unos interminables días en un hospital. Y la vida me ha arrebatado a mis padres, pero no me puede arrebatar la idea que tenia para acabar con ellos.
Inmediatamente después de que me dieran la noticia, de forma mecánica, me he preparado una bolsa de deporte con cuatro cosas y me he subido al hospital universitario más cercano. Tiene un parking enorme en lo alto de una colina y vistas a un crematorio y funeraria.
He entrado y observando con calma la sala de admisiones, he decidido subir en el ascensor a un ala donde hay habitaciones de ingresos. Hay una sala de invitados con sillas, una papelera y una maquina de bebidas y chocolatinas que no necesito pues llevo mi propia comida. Una pequeña ventana a nada interesante.
He pasado ahí toda la tarde escuchando el ruido blanco de las maquinas expendedoras.
Por la noche para no llamar la atención he ido por las diferentes plantas a intentar dormitar sentada en las sillas de la zona de los ascensores e incluso he hecho pequeñas visitas al bar. También he salido fuera a estirar las piernas. Te cruzas con otros familiares, igual de afligidos y compartes ese espacio con profundo respeto. Unos lloran, otros miran con ojos cristalizados.
Yo empatizo con ellos. Ellos conmigo. Somos camaradas del dolor. Aunque mi aflicción la pongo en un peldaño más abajo que las suyas sin conocerlas. Porque yo soy una farsante en ese lugar aunque ellos no puedan sospechar nada.
Todo esto me ayuda a disociarme, a pensar que nada ha ocurrido, a que solo soy una actriz metiéndome en el papel de una chica que está a punto de vivir la muerte de sus padres. Pero no. No es bien bien así. Y como la situación es tan surrealista pero a la vez tiene todo el sentido del mundo para mí, pensando pensando se pasan las horas y se cambia el foco de la realidad. Nada está pasando, ni siquiera lo que ya pasó. Se me pasa por la cabeza que todos con los que me cruzo también han venido al hospital a huir de la verdad.
Cuando la mañana llena el ambiente de ruidos cotidianos, carritos de desayunos, parloteos de gente sana intentando animar a los enfermos; me he envalentono a pasear por los pasillos de las habitaciones. Poco a poco. En cada puerta medio cerrada, se vislumbra pequeños retazos de vidas siempre tristes. Zapatos negros, pantalones grises, bolsos baratos colgados en sillas, revistas del corazón y crucigramas para pasar el tiempo porque poner la tele no es gratis.
Cuando acabo mi ronda vuelvo a mi sala de espera. Allí espero.
Espero sola o con otra gente que también espera sola.
Pasan los días.
Solo por las noches hay una pequeña variación de iluminación. Dos estados lumínicos. La temperatura es la misma. Los sonidos siempre los mismos. Todo el hospital deviene un gran ruido sordo. Una cáscara vacía de vidas que ya poco importan. De dolores, grandes dolores tanto físicos como emocionales que allí coexisten de una manera absolutamente civilizada.
En algún momento me cansaré de estar allí, de no dormir, de esas sillas y ese sinvivir. Me irritará en sobremanera tener que pedir a recursos humanos más tiempo, de pensar excusas para cuando vaya a mi medico a alargar la baja. Me asqueará comer bocadillos fríos y tiesos. Me cansaré de mi misma y de ese hospital universitario de infraestructuras baratas.
Solo así podré irme de allí y desearé poder despedir por fin a mis padres que no se merecen estar más allí.
domingo, 30 de junio de 2024
Como pez fuera del agua
Avanza por encima del mar un pez de un poco menos de dos metros, transparente y viscoso.
No puede respirar.
No puede respirar.
Boquea al aire. Empuja con sus aletas la humedad queriendo meterla en las branquias.
Con la musculatura del lomo intenta arquearse hasta el agua. Está a escasos metros ahí abajo. Pero su cuerpo y el mar son como dos polos magnéticos opuestos (la verdad es que siempre lo fueron).
Intenta pensar qué siente.
Se siente ridícula, sola, utilizada, triste, frustrada.
Contrariada.
Siente que le va a reventar su pequeño y feo corazón por la presión.
Siente la sangre nerviosa y ácida resbalando debajo de sus escamas.
Siente dolor en todos los pliegues del interior de la boca de la tensión.
Quiso salir del agua y se sintió especial por haberlo hecho. Pero, por qué no podía pensar en las cosas esenciales de la vida como todo hijo de vecino. Cosas tan básicas como que era un pez.
Y los peces no pueden hacer según que cosas. Eso lo sabe todo el mundo, incluso ella lo sabía, pero saltó hacia afuera quedándose suspendida en su puta fantasía.
Y ahora no puede respirar,
y boquea angustiada, mirando con los ojos bien redondos hacia el mismo sitio de siempre.
Un punto indefinido y eterno entre el mar y el cielo.
martes, 14 de mayo de 2024
Tachan
Tachan.
Ha hecho aparición en el teatro Real de mi lóbulo frontal, una nueva idea.
Es una idea colosal. Con una fuerza desmesurada. Tiene hasta demasiado carisma que no sé si eso se ha dicho jamás de ninguna idea. Corre el riesgo incluso de caer mal.
Como la artista más importante de un circo, está ahí plantada con los brazos en jarra. Orgullosísima de ser.
Agudiza la vista entrecerrando los ojos para poder ver más allá del deslumbramiento de los focos, allí donde la oscuridad de las gradas es densa.
No puede ver sonrisas, ni caras de empatía, solo ve cogotes y melenas.
El publico le ha dado la espalda.
sábado, 30 de marzo de 2024
Más de 100 latidos por minuto
Estoy a punto de llegar al orgasmo. Lo cabalgo. Me doblo sobre mi misma mucho para acercar mi pómulo a su pecho.
Siempre repito la misma fórmula.
Primero lo hacía por el ángulo que adoptaba mi cuerpo, para forzar un roce allí donde era irresistible. A base de repetir lo que más me gustaba, aprendí a entrelazar la sensación torrencial de mi flujo y mis espasmos con el sonido de su corazón acelerándose.
Con el tiempo, perfeccioné esa parafilia concentrándome más en sus latidos. Mi clímax iba aumentando a partir de escuchar como bombeaba sangre.
Sin ser consciente de lo que iba pasando, dejé de
prestar atención a mis reacciones fisiológicas, a como el vaivén carnal lograba
hincharme por dentro hasta conseguir el relámpago de placer. Solo mi oído
completamente concentrado en su corazón. El orgasmo venía igual.
Siempre.
Poco a poco, correrme dejó de ser importante.
Me obsesioné hasta tal punto que a veces llegaba a casa e iba directa a
abrazarle para posar mi cabeza en su pecho izquierdo. Ya no le daba besos. Solo
quería escuchar los latidos como una adicta a la heroína.
Ya no había sexo. Nada era mejor que esa paz y esa calidez en mis entrañas
que sentía cuando me acercaba a su eterno compás.
Pum...Pum...
Pum...Pum...
Pum...Pum...
Durante la primavera caí enferma y él, paciente y
comprensivo, se pasaba horas estirado en la cama apaciguando mi ansiedad con la
cadencia de sus palpitaciones. Sus latidos me calmaban, me daban un ritmo, me
daban sentido y estructura.
Solo necesitaba eso de él.
Al año me acabó dejando. Aunque me doliera la separación, debía reconocer
su acusación de que se había convertido en un hombre a un corazón pegado.
Pero queridos, el mundo estaba lleno de ellos.
Me instalé algunas aplicaciones de citas y me
zambullí en el mar de posibilidades que nunca antes había pensado que
existiera. Aprendí mucho para poder degustar todos los platos de la
carta.
Normalmente, el corazón late entre 60 y 100 veces por minuto. En las personas que hacen ejercicio habitualmente o que toman medicamentos para reducir el ritmo cardiaco, la frecuencia puede caer por debajo de 60 latidos por minuto. Si su frecuencia cardiaca es rápida (más de 100 latidos por minuto), se denomina taquicardia. Una frecuencia cardiaca de menos de 60 se denomina bradicardia. un latido cardiaco adicional fuera de ritmo se conoce como extrasístole. Las arritmias pueden suceder por enfermedades cardiacas, por una válvula anormal, o por anomalías electrolíticas en la sangre, por ejemplo, un nivel bajo de potasio.
Seleccionaba a mis amantes según ejes temáticos que detectaba en las conversaciones previas de cortejo. Podían apetecerme tíos estresados que me revelaban que estaban pasando por una época de crisis de pánico tanto como tíos muy enganchados a la cafeína y/o a la nicotina. Los sábados lo que me ponía era localizar en la discoteca a los adictos de cocaína, metanfetamina u otras drogas estimulantes. Entre semana me servían los que tomaban medicamentos descongestionantes, como la fenilefrina o la pseudoefedrina. Buscaba a tíos recién salidos del gimnasio, pero también de igual forma a los que tomaban pastillas para adelgazar. Y si alguna vez alguno pretendía anularme la cita por encontrarse mal, insistía en preguntar si tenía fiebre, y si era así siempre iba a su casa a yacer junto a él.
Todas y cada una de estas variantes eran súper estimulantes en mi escucha activa de sus corazones. Me gustaba detectar las anomalías, los matices. Ellos nunca sospechaban nada. Yo solo me los follaba en posturas que me permitieran llegar a sus latidos.
En un principio tuve la decencia de disimular mi poco interés por el resto
de persona que venía a la cita. Les sonreía y escuchaba y forzaba el irnos a la
cama en busca de esa intimidad que por desgracia solo se podía llegar
fácilmente a través del sexo. Luego me cansé de impostar mi cortesía e
iba directa al grano.
Este mes he conocido a Miguel. Es administrativo en recursos humanos de mi
empresa. Tiene obesidad mórbida. Semanas atrás empecé a pasarme durante
los almuerzos por su departamento con cualquier excusa para excitarme
imaginándome su enorme corazón de ballena. Hemos conectado. Él no tiene interés
en el sexo, tiene miedo de morir en un infarto de miocardio. Solo me pide que
esté desnuda cuando me acerco con los ojos desorbitados de entusiasmo a
escuchar sus latidos tensionados, generosos, inacabables.
martes, 30 de enero de 2024
Dentro del bolsillo de la noche hay un chico que sueña.
Con la humedad
de sus sueños, fabrica un mar.
Un mar donde se
teje la historia de su mundo oculto.
Un mar con olas
como lenguas que lamen los bordes de la realidad.
Un mar de
deseos.
Lleva años
ensimismado con ese mar al que quiere volver cuando es de día; cuando el espejo
del mundo le recuerda que no es un chico; cuando recuerda que por la mañana, el
soñar duele.
Antes de que
pueda preverlo, una noche
se da cuenta que
no tiene donde asirse a la realidad.
Sus sueños
placenteros ahora se arremolinan amenazándolo a llevárselo a un sitio profundo
donde habitan la Nada, la Verdad y la Soledad en compañía.
Las aguas le
llegan hasta el cuello y tiene miedo que las tres se le metan dentro por la
boca.
Ya no quiere
respirar.
Se encuentra
perdido y agotado de chapotear en la inmensidad de sus líos.
De repente,
en medio de la
oscuridad de sus noches,
se acerca una
lucecita.
Es un pequeño
faro en una barca blanca.
Tiene el nombre
de Anna escrito en la popa.
La barca le
dice:
-Sube, llevo
mucho tiempo sin escuchar cuentos hermosos de marineros".
Y él, empapado
de sus sueños,
descansa por fin
tranquilo con los pies descalzos sobre la barca,
sin miedo a hundirse.
Sin miedo a nada.