lunes, 9 de septiembre de 2024

El Hospital

Mis padres acaban de morir. 

Los dos, a la vez. 

Han muerto en un accidente de tráfico en el que no ha quedado nada que identificar.  

Jamás pensé que sería así. 

Pero tampoco pensé nunca que lo harían plácidamente en su cama conyugal. 

Durante toda su vida han pasado inmensurables horas en hospitales públicos por sus diversas dolencias: hernias, ulceras, derramamientos de retina, depresiones, roturas, tumores, trasplantes, diálisis. Así que, siempre había proyectado que el final seria unos interminables días en un hospital.  Y la vida me ha arrebatado a mis padres, pero no me puede arrebatar la idea que tenia para acabar con ellos. 

Inmediatamente después de que me dieran la noticia, de forma mecánica, me he preparado una bolsa de deporte con cuatro cosas y me he subido al hospital universitario más cercano. Tiene un parking enorme en lo alto de una colina y vistas a un crematorio y funeraria. 

He entrado y observando con calma la sala de admisiones, he decidido subir en el ascensor a un ala donde hay habitaciones de ingresos. Hay una sala de invitados con sillas, una papelera y una maquina de bebidas y chocolatinas que no necesito pues llevo mi propia comida. Una pequeña ventana a nada interesante.  

He pasado ahí toda la tarde escuchando el ruido blanco de las maquinas expendedoras.  

Por la noche para no llamar la atención he ido por las diferentes plantas a intentar dormitar sentada en las sillas de la zona de los ascensores e incluso he hecho pequeñas visitas al bar. También he salido fuera a estirar las piernas. Te cruzas con otros familiares, igual de afligidos y compartes ese espacio con profundo respeto. Unos lloran, otros miran con ojos cristalizados. 

Yo empatizo con ellos. Ellos conmigo. Somos camaradas del dolor.  Aunque mi aflicción la pongo en un peldaño más abajo que las suyas sin conocerlas.  Porque yo soy una farsante en ese lugar aunque ellos no puedan sospechar nada. 

Todo esto me ayuda a disociarme, a pensar que nada ha ocurrido, a que solo soy una actriz metiéndome en el papel de una chica que está a punto de vivir la muerte de sus padres. Pero no. No es bien bien así. Y como la situación es tan surrealista pero a la vez tiene todo el sentido del mundo para mí, pensando pensando se pasan las horas y se cambia el foco de la realidad. Nada está pasando, ni siquiera lo que ya pasó. Se me pasa por la cabeza que todos con los que me cruzo también han venido al hospital a huir de la verdad. 

Cuando la mañana llena el ambiente de ruidos cotidianos, carritos de desayunos, parloteos de gente sana intentando animar a los enfermos; me he envalentono a pasear por los pasillos de las habitaciones. Poco a poco. En cada puerta medio cerrada,  se vislumbra pequeños retazos de vidas siempre tristes. Zapatos negros, pantalones grises, bolsos baratos colgados en sillas, revistas del corazón y crucigramas para pasar el tiempo porque poner la tele no es gratis. 

Cuando acabo mi ronda vuelvo a mi sala de espera. Allí espero. 

Espero sola o con otra gente que también espera sola. 

Pasan los días. 

Solo por las noches hay una pequeña variación de iluminación. Dos estados lumínicos. La temperatura es la misma. Los sonidos siempre los mismos. Todo el hospital deviene un gran ruido sordo. Una cáscara vacía de vidas que ya poco importan. De dolores, grandes dolores tanto físicos como emocionales que allí coexisten de una manera absolutamente civilizada. 

En algún momento me cansaré de estar allí, de no dormir, de esas sillas y ese sinvivir. Me irritará en sobremanera tener que pedir a recursos humanos más tiempo,  de pensar excusas para cuando vaya a mi medico a alargar la baja.  Me asqueará comer bocadillos fríos y tiesos. Me cansaré de mi misma y de ese hospital universitario de infraestructuras baratas. 

Solo así podré irme de allí y desearé poder despedir por fin a mis padres que no se merecen estar más allí. 




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