La cabeza y las entrañas nunca se han llevado bien.
La cabeza se creía en potestad de dirigirlos a todos. Siempre había sido así.
La cabeza cuando se aburría quería discutir con el corazón, pero el corazón nunca dejaba que sucediera, siempre se había manifestado incondicional a la cabeza.
Las entrañas dormían, pero un día despertaron.
Pasaron los meses y la cabeza bajó la guardia.
Las entrañas gimieron entonces reclamando su poder.
Cuando las entrañas se agitaron, las extremidades le siguieron.
La cabeza tenia la fidelidad de la boca, pero no de su sonrisa.
Los ojos, cuando no miraba nadie, recordaban viejos tiempos con las entrañas.
La cabeza perdía seguidores y el orden establecido.
El corazón había abandonado totalmente sus funciones, quizás x tristeza, quizás de celos por las nuevas atenciones a las entrañas. La cabeza sin el corazón sentado a su izquierda no imponía como antes. Su fragilidad quedaba a la vista. Pero seguía ocupando su liderazgo.
...
Cuando el hipotálamo confesó su total dependencia y máxima simpatía a las entrañas, la cabeza reconoció al fin su estado crítico.
Comenzaba la batalla.