domingo, 2 de julio de 2023

Dame tres palabras y te hago un cuento.

La niña, que ya no era una niña y era más una adolescente, se aburría mucho cada vez que llegaba verano y la enviaban dos meses al pazo de su tía abuela. Era una casa grande y vieja como su tía abuela. Era aburrida y anodina, como su tía abuela. Eran días eternos y polvorientos como su tía abuela. 


Tenía que despojarse de su increíble chupa de piel con el parche de tigre cosido en la espalda con el que ella se había labrado una personalidad, ser popular entre los chicos y chicas de la ciudad, cosa que no era nada fácil; y pasar todo el verano con camisetas viejas de rayas de colores heredadas de sus primas y pantalones cortos remendados mil veces por la entrepierna. Pero total, ahí nadie la veía. Nadie de su interés claro, solo venían de visita amigos septuagenarios de la tía abuela.


No había lugar donde esconderse del aburrimiento ni del calor. El calor era sofocante y la humedad del trópico hacía que cada movimiento resultara pesado y lento.

Por las tardes le gustaba sacar del congelador un antifaz de esos relleno de bolitas que  le parecía precioso, como si fuera un disfraz de superheroína y al ponérselo fuera a despegar e irse muy lejos de allí en busca de aventuras. Cuando se lo ponía experimentaba una sensación de alivio inmediato mientras las bolitas de hielo se fundían suavemente contra su piel.


Con el antifaz en su rostro, la niña, que ya no era una niña y era más una adolescente,  salió al patio trasero y se sentó ante una tapia cubierta de hormigas que hilaban un elaborado patrón con sus movimientos. Fascinada por el espectáculo, las observaba, olvidando por un momento su aburrimiento. La tapia blanca y descorchada tenia multitud de grietas y un moho negro creaba paisajes entre tímidos brotes de malas hierbas que se abrían camino.  Impulsada por la curiosidad, decidió seguir a las hormigas que avanzaban hacia el bosque cercano. Con cada paso, el calor del trópico se intensificaba, y las gotas de sudor comenzaron a surcar sus piernas. 

Las hormigas finalmente la condujeron hacia un claro en el bosque, donde encontró una antigua fuente de piedra. El agua fresca y cristalina fluía suavemente, y decidió refrescarse sumergiendo sus pies en ella. Aliviada, dejó que el agua fría disipara el calor acumulado en su cuerpo.

En ese momento, la niña, que ya no era una niña y era más una adolescente,  se dio cuenta de que no estaba sola. 


Cerca de donde estaba ella se encontraba un chico que minutos antes también había estado refrescándose en la fuente y ahora se había sentado en una piedra a descansar con los pies todavía descalzos y frescos. Ante la presencia de la inesperada chica con antifaz se había quedado inmóvil y  en silencio pero viendo que ya no era invisible levantó la mano con una sonrisa a forma de saludo .