Dentro del bolsillo de la noche hay un chico que sueña.
se da cuenta que no tiene donde asirse a la realidad.
Dentro del bolsillo de la noche hay un chico que sueña.
Me subes al lomo de una ballena y de esta forma cabalgamos sobre ella en un mundo que no es el nuestro, que es el de ella.
Tomamos consciencia que somos seres deseantes y pero también objeto de deseo.
El recuerdo utiliza montajes de grabación invertidos y poéticos, de golpe soy una niña en un parque despreocupada por las posturas que reproduce mi cuerpo y en otro momento, soy una mujer lasciva consciente reflejándose en los cristales de un escaparate del sexo.
Tiemblo.
De golpe el cielo asfixia porque se nos ha olvidado respirar, al rato nos hurgamos curiosos las respectivas branquias.
Debajo del agua todo es más complicado pero volvemos siempre que podemos a chapotear.
Ojalá que cuando las nubes vengan, pueda canjearlas por todas las sonrisas que me has hecho dibujar. Porque los recuerdos que ocultan cada una de ellas, son un botín, lo más valioso que me queda.
Ellas han aparecido en el momento que menos me esperaba, sin aviso alguno. Y me he vuelto una experta en acumularlas, pero...tengo que estar siempre consciente y alerta. Revolotean cerca de mis comisuras, como hadas empolilladas y he de ir rauda a a atraparlas con la boca, desgarrarlas , triturarlas y engullirlas, para que no se marchen nunca de mí.
Desgraciadamente, no puedo presumir de mi botín, así que he creado a su imagen y semejanza unas más secretas. Les llamo micro sonrisas. Me sirven como plaquetas. Hacen cicatrizar las pequeñas heridas viejas y nuevas del día a día.
Pero la verdadera misión de estas micro sonrisas es aferrarse con uñas y dientes, con todas sus fuerzas, desesperadas, al recuerdo de las sonrisas nodrizas. Como en el juego de arrancar cebollas, no vayan a despeñarse al pozo del olvido.
Mis sonrisas, mis riquezas, son una luz cegadora, una fuerza desconcertante. Pero a la vez, sonrisas que cada día, al despertar, cuando abres un ojo y todavía no has abierto el otro, te susurran que estés alerta, pues un día ya no pueden estar.
Mama, mama, mama, mama, mama, mama, mama, mama, mama, mama, mama, mama, mama, mama, mama, mama, mama, mama, mama, mama, mama, mama, mama, mama, mama, mama, mama,. mama, mama, mama, mama, mama, mama, mama, mama, mama, mama, mama, mama, mama, mama, mama, mama, mama, mama, mama, mama,, mama, mama, mama, mama, mama, mama, mama, mama, mama, mama, mama, mama, mama, mama, mama, mama, mama, mama, mama, mama, mama, mama, mama.
Soy Jack Torrance.
Resulta que ahora era adulta.
Y tenia que hacer cosas como tal.
Ellos eran creadores de mundos.
Se encerraban en las golfas de las casas y, mientras comían jamón del bueno y queso del regular sobre la cama, hacían que el mundo que veían los demás dejara de existir.
El tejado de barro y las vigas de madera desaparecían sobre sus cabezas y aparecía un cielo nocturno de color azul brillante con constelaciones en movimiento.
- Fe-na-quis-tis-co-pio-.
Ella chasqueó la lengua a cada silaba de la nueva palabra que él le había regalado esa noche y entonces, las estrellas comenzaron a moverse lentas, dando vueltas por la cúpula celeste.
A cambio de ese juguete óptico, ella le explicó historias moviendo las constelaciones cual títeres convirtiendo el techo en un retablo de las maravillas.
Agacharon la cabeza para que la gran osa blanca que paseaba perezosa con su osezno detrás no les llenara la cabeza de escarcha. Cuando pasó a explicar la historia de Casiopea, le pidió a él que creara a Ceto pues siempre imaginaba los mejores seres deformados, ella solo los soñaba.
Y conforme avanzaba la historia y la habitación se llenaba de amazonas, andrómedas y cisnes titánicos, ellos tenían cada vez más ganas de estar solos los dos otra vez, así que mandaron a la protagonista a permanecer con la cabeza fuera del tiempo, como dioses que jugaban a ser, y las tejas y las vigas volvieron a darles cobijo de madriguera.
Como siempre, sus cuerpos se encendieron para apagar sus mentes.
Para hacer descansar el mundo.
Tú y yo vivimos enredados y hundidos.
Todo es agua y todo es espejo.
Enredados en posidonias que danzan lentamente,
hundidos en sueños inducidos por apneas.
Estoy en el punto más alto de la ciudad sumergida
y me lanzo al vacío. Y vuelo, que es nadar sobre ésta.
Y luego me besas y me abrazas con brazos que ya no son brazos,
son algas. Como mi pelo.
De esta manera pasan las tardes de verano.
Nos queremos lamer la sal,
nos queremos enredar y hundir
donde todo es agua y todo es espejo.
La niña, que ya no era una niña y era más una adolescente, se aburría mucho cada vez que llegaba verano y la enviaban dos meses al pazo de su tía abuela. Era una casa grande y vieja como su tía abuela. Era aburrida y anodina, como su tía abuela. Eran días eternos y polvorientos como su tía abuela.
Tenía que despojarse de su increíble chupa de piel con el parche de tigre cosido en la espalda con el que ella se había labrado una personalidad, ser popular entre los chicos y chicas de la ciudad, cosa que no era nada fácil; y pasar todo el verano con camisetas viejas de rayas de colores heredadas de sus primas y pantalones cortos remendados mil veces por la entrepierna. Pero total, ahí nadie la veía. Nadie de su interés claro, solo venían de visita amigos septuagenarios de la tía abuela.
No había lugar donde esconderse del aburrimiento ni del calor. El calor era sofocante y la humedad del trópico hacía que cada movimiento resultara pesado y lento.
Por las tardes le gustaba sacar del congelador un antifaz de esos relleno de bolitas que le parecía precioso, como si fuera un disfraz de superheroína y al ponérselo fuera a despegar e irse muy lejos de allí en busca de aventuras. Cuando se lo ponía experimentaba una sensación de alivio inmediato mientras las bolitas de hielo se fundían suavemente contra su piel.
Con el antifaz en su rostro, la niña, que ya no era una niña y era más una adolescente, salió al patio trasero y se sentó ante una tapia cubierta de hormigas que hilaban un elaborado patrón con sus movimientos. Fascinada por el espectáculo, las observaba, olvidando por un momento su aburrimiento. La tapia blanca y descorchada tenia multitud de grietas y un moho negro creaba paisajes entre tímidos brotes de malas hierbas que se abrían camino. Impulsada por la curiosidad, decidió seguir a las hormigas que avanzaban hacia el bosque cercano. Con cada paso, el calor del trópico se intensificaba, y las gotas de sudor comenzaron a surcar sus piernas.
Las hormigas finalmente la condujeron hacia un claro en el bosque, donde encontró una antigua fuente de piedra. El agua fresca y cristalina fluía suavemente, y decidió refrescarse sumergiendo sus pies en ella. Aliviada, dejó que el agua fría disipara el calor acumulado en su cuerpo.
En ese momento, la niña, que ya no era una niña y era más una adolescente, se dio cuenta de que no estaba sola.
Cerca de donde estaba ella se encontraba un chico que minutos antes también había estado refrescándose en la fuente y ahora se había sentado en una piedra a descansar con los pies todavía descalzos y frescos. Ante la presencia de la inesperada chica con antifaz se había quedado inmóvil y en silencio pero viendo que ya no era invisible levantó la mano con una sonrisa a forma de saludo .
Aquellos días no estuve ahí conmigo. Me largué a través de la puerta tapiada de la pared.
Si la intención era sentir las mismas cosas por repetición no funcionó. Mi cuerpo celebró, folló y comió, pero mi cabeza fue la primera en salir corriendo.
Y cuando ésta se fue, se quedaron mis dedos libres para acariciar, ya sin ataduras de la vieja yo.
Yo me vi, tras esos ladrillos de piedra viejos, observando esa nueva yo que ya no me pertenecía, con curiosidad y distancia, como si yo misma fuera una postal de un país inalcanzable al que siempre quise ir.
Me largué, porque en aquellos días supe que debía empezar a danzar y yo nunca bailo.
Nunca antes me he sentido más guapa y más insegura a la vez. O quizás sí, pero hace tantos años, décadas, que ya no recordaba la sensación.
Mirar la cadencia de mis pies avanzando me entusiasma porque avanzo!. Veo juguetear mi vestido a cada paso. Soy una niña jugando a ser una mujer en el prostíbulo del oeste. Somos las chicas pistoleras. Rubias y morenas.
Las caderas marchan bamboleantes, son unas BoxPok post soviéticas.
Cada vez que mi cabellera vacila, se pulverizan en el ambiente feromonas como si fuera la mismísima primavera en carne, huesos y zapatillas deportivas.
Soy Perséfone, soy Kore, soy Flora, soy Maia, soy Ostara, soy Brigid.
Y todas avanzamos como un ferrocarril, imparables, titánicas, con el vientre rugiendo, con la frente alta, felices.
ChamoSan |
Hace días que espero a caer de sueño antes de acostarme para que una vez en la almohada no haya opción de consulta. Pero no lo consigo. Cuando reposo la cabeza en el cojín, todo el ruido que he ido almacenando hace que mi cerebro tome forma de nido de serpientes.
Ideas de color de alquitrán que se retuercen en un nudo continuo y orgánico. Se deslizan estrechando cada vez la lazada, creando un bulto denso sin forma determinada, imposible de saber donde está el planteamiento o el desenlace. Solo nudo.
De momento anidan en mi pues he descuidado el jardín.
Y la única forma de acabar con ellas es prendiéndoles fuego.
Tiene 14 años y se llama Hope.
Su madre le puso así intentando que de esta forma todo el
cosmos enviara esa vibración a la vida de su hija. No la llegará a ver crecer.
Un día le dicen que la van a llevar a Europa. Que allí ya trabajará en un bar o si tiene
suerte de modelo, hay muchas chicas como ella trabajando de modelos.
Lo que nunca sabrá (aunque lo sospeche) es que su padre le
ha vendido por una cantidad para nosotros irrisoria que quizás le sirve al
resto de familia para comer el próximo mes y lo que es mejor aún, tiene una
boca menos que alimentar. Hope además, tiene un ojo mas pequeño que el otro y
es de difícil casar.
En un ritual que los blancos no logramos entender le hacen jurar a la chica que no dirá nada de lo que verá y sabrá a partir de
ahora; que siempre estará en deuda con esa gente que le va a ayudar a llegar a
Europa; y si no, cosas terribles pueden llegar a pasarles a su familia, a su
buen padre.
Cruza fronteras desde Nigeria hasta el Líbano. Dentro de
furgones y camiones. De vez en cuando se espabila del
narcótico que le dan para que no esté nerviosa, ni grite, ni llore; y encuentra
a un compañero o compañera muerta a su lado que no ha sobrevivido al calor, la
sed o el hambre que hay en la oscuridad de las cabinas de transporte. A veces son desconocidos, a veces son vecinos
de su aldea. Se habla poco o nada con
los demás.
En el Líbano vive paciente en un campamento de chabolas de
cientos de personas esperando su momento. Allí se enamora y hace el amor por
primera vez.
Una noche vienen a despertarla, sabe que es su momento, coge una bolsa de plástico en la que tiene alguna que otra pertenencia y parte en la noche hacia la playa.
Por el camino unos policías se cobran el peaje de su
cuerpo, pero eso es lo de menos. Ya está
muy cerca y encima esa buena gente que procura por su meta le han regalado un
móvil con el que ponerse en contacto con un “familiar” en tierra firme.
Sube en la balsa con unas 80 personas, más o menos. No puede
saberlo. Una chica más joven que ella
justo en el momento de partir grita muerta de miedo presintiendo la muerte, el
capataz de la patera le pone un machete en el cuello y deja muy claro al grupo
que no está para contratiempos.
El mar es aterrador en la noche. (Esto es lo que más destacan cada una de las personas que narran su viaje migratorio).
La segunda noche en la mar, la barca vuelca, Hope consigue
no morir ahogada asida a un salvavidas que no le había tocado a ella. La
encuentran a la deriva con medio cuerpo quemado por el salitre y el sol. Tendrá esas cicatrices de por vida junto a
muchas otras.
La llevan a un hospital de Beirut y allí se permite llorar
durante horas. Le dicen que ha perdido el bebé del que estaba embarazada.
Vuelve a la casilla de salida, a esperar su turno de nuevo.
Esta vez llegará a tierra prometida. Europa es gris y sucia. Desde Italia
distribuyen a las niñas donde pueden dar más rendimiento, donde la demanda es
más insaciable y menos perseguida.
A ella la envían a Barcelona. Su destino es ser puta en una ciudad de puteros.
Tienen mucho trabajo y “su tía”, así le llama ella y todas
las demás, le pega gritándole fea ya que ella no consigue clientes.
Una noche escucha como las chicas nerviosas se van diciendo
entre dientes “cuidado, son policías secretas”. Hope es muy lista y haciéndose la tonta se
aproxima al coche y dice las palabras más valientes que formulará en toda su
vida:
- Soy menor, ayudadme- .
Fotografía de una Alicia cualquiera en edad de no llevar mochila.