sábado, 30 de marzo de 2024

Más de 100 latidos por minuto

Lo que me gustaba hacer con mi pareja cuando estaba a punto de llegar al orgasmo mientras era yo quien lo cabalgaba, era doblarme mucho para acercar mi pómulo a su pecho. Primero lo hacía por el ángulo que adoptaba mi cuerpo, para forzar un roce allí donde era irresistible. Poco a poco aprendí a entrelazar la sensación torrencial de mi flujo y mis espasmos con el sonido de su corazón acelerándose.  

¡Dios! ¡Cómo me ponía! 

Con el tiempo, perfeccioné esa parafilia concentrándome más en sus latidos. Mi clímax iba aumentando a partir de escuchar como bombeaba sangre. Dejé de prestar atención a mis reacciones fisiológicas, a como el vaivén carnal lograba hincharme por dentro hasta conseguir el relámpago de placer. Solo mi oído completamente concentrado en su corazón. El orgasmo venía igual. Siempre. 

Poco a poco correrme dejó de ser importante. 

Me obsesioné hasta tal punto que a veces llegaba a casa e iba directa a abrazarle para posar mi cabeza en su pecho izquierdo. Ya no le daba besos. Solo quería escuchar los latidos como una adicta a la heroína, 

Ya no había sexo. Nada era mejor que esa paz y esa calidez en mis entrañas que sentía cuando me acercaba a su eterno compás. 

Pum...Pum...

Pum...Pum...

Pum...Pum...

Durante la primavera caí enferma y él, paciente y comprensivo, se pasaba horas estirado en la cama apaciguando mi ansiedad con la cadencia de sus palpitaciones. Sus latidos me calmaban, me daban un ritmo, me daban sentido y estructura. 

Solo necesitaba eso de él. 

Al año me acabó dejando. Aunque me doliera la separación, debía reconocer su acusación de que se había convertido en un hombre a un corazón pegado. 


Pero queridos, el mundo estaba lleno de ellos.

Me instalé algunas aplicaciones de citas y me zambullí en el mar de posibilidades que nunca antes había pensado que existiera. Aprendí mucho para poder degustar todos los platos de la carta. 

Normalmente, el corazón late entre 60 y 100 veces por minuto. En las personas que hacen ejercicio habitualmente o que toman medicamentos para reducir el ritmo cardiaco, la frecuencia puede caer por debajo de 60 latidos por minuto. Si su frecuencia cardiaca es rápida (más de 100 latidos por minuto), se denomina taquicardia. Una frecuencia cardiaca de menos de 60 se denomina bradicardia. un latido cardiaco adicional fuera de ritmo se conoce como extrasístole. Las arritmias pueden suceder por enfermedades cardiacas, por una válvula anormal, o por anomalías electrolíticas en la sangre, por ejemplo, un nivel bajo de potasio. 

Seleccionaba a mis amantes según ejes temáticos que detectaba en las conversaciones previas de cortejo. Podían apetecerme tíos estresados que me revelaban que estaban pasando por una época de crisis de pánico tanto como tíos muy enganchados a la cafeína y/o a la nicotina.  Los sábados lo que me ponía era localizar en la discoteca a los adictos de cocaína, metanfetamina u otras drogas estimulantes. Entre semana me servían los que tomaban medicamentos descongestionantes, como la fenilefrina o la pseudoefedrina. Buscaba a tíos recién salidos del gimnasio, pero también de igual forma a los que tomaban pastillas para adelgazar.  Y si alguna vez alguno pretendía anularme la cita por encontrarse mal, insistía en preguntar si tenía fiebre, y si era así siempre iba a su casa a yacer junto a él. 


Todas y cada una de estas variantes eran súper estimulantes en mi escucha activa de sus corazones. Me gustaba detectar las anomalías, los matices. Ellos nunca sospechaban nada. Yo solo me los follaba en posturas que me permitieran llegar a sus latidos. 


En un principio tuve la decencia de disimular mi poco interés por el resto de persona que venía a la cita. Les sonreía y escuchaba y forzaba el irnos a la cama en busca de esa intimidad que por desgracia solo se podía llegar fácilmente a través del sexo.  Luego me cansé de impostar mi cortesía e iba directa al grano. 


Este mes he conocido a Miguel. Es administrativo en recursos humanos de mi empresa. Tiene obesidad mórbida.  Semanas atrás empecé a pasarme durante los almuerzos por su departamento con cualquier excusa para excitarme imaginándome su enorme corazón de ballena. Hemos conectado. Él no tiene interés en el sexo, tiene miedo de morir en un infarto de miocardio. Solo me pide que esté desnuda cuando me acerco con los ojos desorbitados de entusiasmo a escuchar sus latidos tensionados, generosos, inacabables.  


martes, 30 de enero de 2024

Dentro del bolsillo de la noche hay un chico que sueña.




Dentro del bolsillo de la noche hay un chico que sueña

Con la humedad de sus sueños, fabrica un mar.

Un mar donde se teje la historia de su mundo oculto.

Un mar con olas como lenguas que lamen los bordes de la realidad.

Un mar de deseos.

 

Lleva años ensimismado con ese mar al que quiere volver cuando es de día; cuando el espejo del mundo le recuerda que no es un chico; cuando recuerda que por la mañana, el soñar duele.

 

Antes de que pueda preverlo, una noche

se da cuenta que no tiene donde asirse a la realidad.

Sus sueños placenteros ahora se arremolinan amenazándolo a llevárselo a un sitio profundo donde habitan la Nada, la Verdad y la Soledad en compañía.

Las aguas le llegan hasta el cuello y tiene miedo que las tres se le metan dentro por la boca.

 

Ya no quiere respirar.

Se encuentra perdido y agotado de chapotear en la inmensidad de sus líos.

 

De repente,

en medio de la oscuridad de sus noches,

se acerca una lucecita.

 

Es un pequeño faro en una barca blanca.

Tiene el nombre de Anna escrito en la popa.

La barca le dice:

-Sube, llevo mucho tiempo sin escuchar cuentos hermosos de marineros".

 

Y él, empapado de sus sueños,

descansa por fin tranquilo con los pies descalzos sobre la barca,

sin miedo a hundirse.

Sin miedo a nada.