miércoles, 23 de octubre de 2019

La mascota

Rigodón era el gato gordo con manchas de colores de la tienda de los mil cachivaches.

Se pasaba todo el día como un objeto más de decoración sobre la estantería del escaparate entre batidoras, perchas, lámparas y pela aguacates.  Tenía ese inquietante aspecto que poseían todos aquellos artículos  de estar dentro de una burbuja atemporal y plomiza.
Él también parecía estar cubierto de polvo.

Cada tarde al volver del colegio ahí estaba y era como una extensión del animal de compañía que nunca tuve.

A veces pasaba por delante y no lo veía en su sitio. Entonces pegaba mi nariz bien cerca del cristal para intentar buscarlo en el interior. Escudriñaba entre las chaquetas de borreguito y batas de boatiné ; las sartenes para asar castañas y ollas de estaño colgadas con ganchos  deformes sobre las paredes; entre el material escolar decolorado del mostrador.

Y zas! ahí lo encontraba y él me miraba con cara de quien lo han sorprendido haciendo algo que no debía. Con su boca en forma de pequeño circulo (que seguramente era una malformación de nacimiento) parecía que hubiera estado sorbiendo todas las o minúsculas de los cuadernos Santillana del 93.

De un bote saltaba sobre las cajas amontonadas y desaparecía derrapando en la trastienda donde seguramente estuviera la tendera con sombrero de bruja haciendo  una maquina del tiempo para traer más cachivaches olvidados a su tienda museo.

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