martes, 24 de marzo de 2009

Calista, una alicia más.

A Calista le gustaba el invernadero. Ya desde los catorce años había instaurado en su vida esa bonita tradición de verano: ducharse con agua caliente, ponerse un vestido corto e ir descalza hasta el invernadero. Una vez ahí recorría todos sus pasillos despacio y al primer síntoma de calor se dejaba caer ahí donde estuviera, sobre la tierra cálida no trabajada.
Allí, escondida entre el verde asfixiante,
soñaba consigo misma.

Le gustaba el invernadero porque le hacía sudar la piel y le mecía el alma. Era la única manera de vencer al bochorno, dejarse ganar dulcemente por él. Y cada año que visitaba a sus tíos cogía su mejor libro y su peor vestido. Otro verano más de alicia solitaria. Y cada año volvía el mismo rubor adolescente cuando notaba las gotas de sudor
deslizarse por detrás de las rodillas.






miércoles, 18 de marzo de 2009

Sinestesia

"Las personas que tienen una rara condición llamada sinestesia ven sonidos,
huelen los colores y saborean las formas.
Los neurocientifícos piensan que ellos representan
una ventana hacia el misterio fundamental de la conciencia humana".
Brad Lemley




A jugar!!!

miércoles, 11 de marzo de 2009

En la puerta había una gorra negra.

En la puerta había una gorra negra. No era un color apropiado para una niña de tres años, o por lo menos no para una niña como ella. Ella que se sentaba en el jardín a mirar las hormigas trepar por las fresas. Ella que tenía un gorila de montaña como amigo imaginario. Ella que tenía las piernas gordas y el culo pequeño.
No era una gorra de niña, era la gorra de su bisabuelo que había sido conductor de tranvías en Barcelona.
Colgada ahí solo la alcanzará cuando le crezca la cabeza.

martes, 3 de marzo de 2009

¿y mi A?


Había perdido las letras.

Pensaba que las tenia bien guardadas, a salvo.

En el cajón donde almacenaba los besos no estaba, había rebuscado bien, sorprendiéndose de algunos que había olvidado. Estaban todos desparejados, revueltos, los fríos con los cálidos, los que acaban con lágrimas y los que empiezan con risas.


La última letra que vi fue la B, no una b cualquiera, fue una B mayúscula. La recuerda con toda nitidez. Metí mis piernas por los huecos y surqué los cielos con ella. Pero el viaje acabó con una gran hostia contra un árbol, y allí me quedé y la B se fue volando.


A veces me metía en papelerías, y cuando la dependienta se despistaba, me asomaba al mostrador por si estaban allí escondidas, entre las cartulinas de colores. Miraba a todo el mundo con sospecha; ese chico de ahí podría tener mis emes en los bolsillos, esa gorda de allí se podría haber comido todas mis ges y la niña que bebía un refresco podría estar sorbiendo con cañita todas mis os.


Me obsesioné de tal forma que intenté crearme yo mis letras propias, a imagen y semejanza de las que recordaba. Pero cuando las ordenaba una detrás de otra no me contaban cosas bonitas, solo malas historias de gente deformada de espíritu y eso no me gustaba. Eso me desgastaba.


Había perdido las letras y el objetivo de la vida se había convertido en recuperarlas.
Soñaba cada día con mi A, porque aunque fuera la más soberbia, era la que mejor me caía.