El humo dibuja espirales perezosas en el aire espeso del club. Una luz roja, como de incendio en cámara lenta, cae sobre el piano de cola.
La mujer está tumbada encima, como si el piano fuera su chaise longue privado. Sostiene un zapato de tacón colgando apenas de los dedos del pie. Lo balancea con un vaivén juguetón, desafiando la gravedad mientras canta una versión blues de She works hard for the money. Su voz es grave, aterciopelada, cargada de ironía y deseo.
El piano vibra bajo ella, resignado a ser escenario y pedestal.
En una mesa apartada, un hombre la observa con los ojos entornados, cigarrillo en la comisura, exhalando humo denso. Sonríe apenas, mitad lobo, mitad turista extraviado.
En un instante de fascinación , el humo le entra en el ojo y parpadea torpemente, como si el destino le hubiera arruinado la pose.
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