Estoy a punto de llegar al orgasmo. Lo cabalgo. Me doblo sobre mi misma mucho para acercar mi pómulo a su pecho.
Siempre repito la misma fórmula.
Primero lo hacía por el ángulo que
adoptaba mi cuerpo, para forzar un roce allí donde era irresistible. A base de repetir lo que más me gustaba, aprendí a entrelazar la sensación torrencial de mi flujo y mis espasmos
con el sonido de su corazón acelerándose.
Con el tiempo, perfeccioné esa parafilia concentrándome más en sus latidos. Mi
clímax iba aumentando a partir de escuchar como bombeaba sangre.
Sin ser consciente de lo que iba pasando, dejé de
prestar atención a mis reacciones fisiológicas, a como el vaivén carnal lograba
hincharme por dentro hasta conseguir el relámpago de placer. Solo mi oído
completamente concentrado en su corazón. El orgasmo venía igual.
Siempre.
Poco a poco, correrme dejó de ser importante.
Me obsesioné hasta tal punto que a veces llegaba a casa e iba directa a
abrazarle para posar mi cabeza en su pecho izquierdo. Ya no le daba besos. Solo
quería escuchar los latidos como una adicta a la heroína.
Ya no había sexo. Nada era mejor que esa paz y esa calidez en mis entrañas
que sentía cuando me acercaba a su eterno compás.
Pum...Pum...
Pum...Pum...
Pum...Pum...
Durante la primavera caí enferma y él, paciente y
comprensivo, se pasaba horas estirado en la cama apaciguando mi ansiedad con la
cadencia de sus palpitaciones. Sus latidos me calmaban, me daban un ritmo, me
daban sentido y estructura.
Solo necesitaba eso de él.
Al año me acabó dejando. Aunque me doliera la separación, debía reconocer
su acusación de que se había convertido en un hombre a un corazón pegado.
Pero queridos, el mundo estaba lleno de ellos.
Me instalé algunas aplicaciones de citas y me
zambullí en el mar de posibilidades que nunca antes había pensado que
existiera. Aprendí mucho para poder degustar todos los platos de la
carta.
Normalmente, el corazón late entre 60 y 100 veces por minuto. En las personas que hacen ejercicio habitualmente o que toman medicamentos para reducir el ritmo cardiaco, la frecuencia puede caer por debajo de 60 latidos por minuto. Si su frecuencia cardiaca es rápida (más de 100 latidos por minuto), se denomina taquicardia. Una frecuencia cardiaca de menos de 60 se denomina bradicardia. un latido cardiaco adicional fuera de ritmo se conoce como extrasístole. Las arritmias pueden suceder por enfermedades cardiacas, por una válvula anormal, o por anomalías electrolíticas en la sangre, por ejemplo, un nivel bajo de potasio.
Seleccionaba a mis amantes según ejes temáticos que detectaba en las conversaciones previas de cortejo. Podían apetecerme tíos estresados que me revelaban que estaban pasando por una época de crisis de pánico tanto como tíos muy enganchados a la cafeína y/o a la nicotina. Los sábados lo que me ponía era localizar en la discoteca a los adictos de cocaína, metanfetamina u otras drogas estimulantes. Entre semana me servían los que tomaban medicamentos descongestionantes, como la fenilefrina o la pseudoefedrina. Buscaba a tíos recién salidos del gimnasio, pero también de igual forma a los que tomaban pastillas para adelgazar. Y si alguna vez alguno pretendía anularme la cita por encontrarse mal, insistía en preguntar si tenía fiebre, y si era así siempre iba a su casa a yacer junto a él.
Todas y cada una de estas variantes eran súper estimulantes en mi escucha activa de sus corazones. Me gustaba detectar las anomalías, los matices. Ellos nunca sospechaban nada. Yo solo me los follaba en posturas que me permitieran llegar a sus latidos.
En un principio tuve la decencia de disimular mi poco interés por el resto
de persona que venía a la cita. Les sonreía y escuchaba y forzaba el irnos a la
cama en busca de esa intimidad que por desgracia solo se podía llegar
fácilmente a través del sexo. Luego me cansé de impostar mi cortesía e
iba directa al grano.
Este mes he conocido a Miguel. Es administrativo en recursos humanos de mi
empresa. Tiene obesidad mórbida. Semanas atrás empecé a pasarme durante
los almuerzos por su departamento con cualquier excusa para excitarme
imaginándome su enorme corazón de ballena. Hemos conectado. Él no tiene interés
en el sexo, tiene miedo de morir en un infarto de miocardio. Solo me pide que
esté desnuda cuando me acerco con los ojos desorbitados de entusiasmo a
escuchar sus latidos tensionados, generosos, inacabables.